Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

viernes, 27 de enero de 2012

Ruido de madrugada


Terrible ruido visual de madrugada. Terrible y hermoso, en mi escala de grises. Con Sieff, con Woodman; plagado de lo que nace plantado en mi eco. Grises con luz y con sombra, más controlada que nunca; sombra improvisada. Juego de azar de luz que mareas el estómago y das dolor de cabeza. Como siga teniendo tanto que sacar me voy a vomitar a mí misma. Más dolor en la boca del estómago que en la cabeza. Dolor que quiere gritar, chillar con todas sus fuerzas. Que quiere rugir, mugir, ladrar. Quiere aullar en los tejados eternamente grises, gritando entre susurros, viendo con los ojos cerrados, oyendo en los oídos perjudicados. Oídos enjabonados que siguen sucios por tus palabras. De entre todas las palabras hermosas, y terribles, que existen y las que quedan por existir, escogiste sin importar. Nunca hay diferencia. Cuatro años atrás en proyección, sin diferencias. La no diferencia ya no existe; y no existes tú sin importar. No importa ya que existas.
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Hay calambres en los pies; las manos, dormidas. Hoy muerde sin saña en sus delirios; muerde sin pausa todos y cada uno de sus deseos confusos, pero no los lastima: los guarda, los cuida. Mima con el calor de sus dientes. Hoy gritan que tu pájaro verde puede cantar, ritmo pop-swing. Pero no me puedes ver; y cantan. Hay días en los que quisiera sonreír con las manos para desabrocharte el pantalón con los dientes de mi alma. Y que no fuese delito ni pecado, ni que se te atascasen cadenas.
Perpetuamente oirás los chasquidos, el ruido hueco del trinar de mis dientes contra el metal. El repiqueteo. Botones indecisos y resistencia. Tu lengua me recorrería los pies y tu ombligo me miraría fijamente a los ojos. Inmovilidad quieta, silenciosa, aullando en la sordera de la noche con ruidos, más ruidos, y viento leve. La piel que te cubre se rebela en tu contra y quiere huir. No, eres tú quien quiere despojarse del disfraz más natural, la capa primigenia que, ahora... fuera.
El suelo todavía está húmedo. Amo mirarlo mojado y perderme en los reflejos de la luz que me devuelve, en las hojas de otoño, en los garabatos en la piedra, en las imperfecciones del cemento. La textura perfecta del ruido, tersa, suave, firme y maleable, amoldable. Comestible. Que se puede acariciar con tacto peligroso, como el de unos dientes. Ese ruido de las sombras que es más audible que mi voz en llamas cuando te grito por si te pierdes. Ven a cantarme cuentos, a contarme canciones, a describirme al oído cómo ves la vida con los ojos alados, la boca llena de ganas, las manos vacías. Cómo me gusta amar. Amar tus manos tan llenas de deseo en ese imaginario sin fin pero asequible en mi realidad, al otro lado de la única pared que se mantiene en pie.
Erguida sobre ideas inertes espera, paciente, por si acontece. Puede ser, cuando hay derrumbes. Las uñas te crecerán hacia dentro si no rascas mi sarna, si no me alimentas. Hambre. En paz, con constantes vértigos, hambre que no quiere calmarse y entrar en calor por miedo a perder su voz. Es un hambre que delira, que gusta de existir y precisar atención cuando se requiere; que emana ruidos de guerra y violencia, del misticismo de Gauguin. De las inquietudes muertas que sólo el propio hambre puede volver a prender y quemar después de vivir.  

Texto: NOVIEMBRE 2011

jueves, 19 de enero de 2012

Revólver


Cuántas voces desagradables corren sueltas, libres, veloces, por las autopistas del mundo. Cuántos oídos ignorantes viven ajenos a su cruel existencia, a su presencia. A su ruido. Todo depende de lo que queramos escuchar. Hoy se me ha olvidado oír; en mis oídos maleducados la vida hoy no suena tan difícil si sé que quiero callar y atrapar en ellos, si pongo barreras sin pensar, si no siento al escribir. Vuelvo a empuñarte hoy, a aburrirme sin arriesgar fruta en el campo de batalla; fruta que nace inerte donde muere la violencia, donde bailan los cadáveres y los labios de color rojo. Allá donde el color rojo muere.
Revólver, vuelvo a acariciarte, a hacerte gemir entre mis manos, con mi boca. Revólver. Cuántos labios tristes, ceñidos y fruncidos, repugnados y repelidos. Cuántas bocas que no funcionan; estropeadas, muertas, que quieren morir y matar. Labios con sed de destruir, que no quieren vivir. Y yo, desnuda en mitad del asfalto, sin disfraces, sin fingir, despojada de lo inservible. No se puede comprar. No hay dinero que todo lo pueda. No era mi intención empuñarte hoy, pero se convirtió en deseo y, con el deseo, llegó el veneno. Con el veneno las personas tienen la boca triste, los oídos dormidos, los labios muertos. La voz carcomida y profanada, los ojos llenos de agujeros. Todo se allana, sin curvas. No hay paredes y no hay montañas, no hay muros ni rascacielos. Sin aire no hay vida. Los ritmos frenéticos imposibles de no disparar hacen olvidar a las personas que se debe respirar. Los hombros, altos y tensos, desean caer muertos y descansar. Las voces, sin ritmo. Asesinas de palabras, colman las calles y los rincones; abniegan de sí mismas, reniegan de su propia textura, que te toca e intenta arrancarte el aire desde dentro.
Ven a salvarme en este pozo de voces vacías, ven a amarme esta noche por si después no hay mañana, por si mañana mis piernas no aceptan intrusos por miedo a las voces extrañas. Ven y ámame hoy por si no quisiera ver la luz de mañana, por si negase oír todas esas voces y metiese la tuya en el mismo saco. Por si aún no lo sé y descubres que tu voz tiene efecto sobre mí. Por si tu voz verde me da el aire que hoy necesito, el aire que se me acaba y me ahoga por seguir dándome de comer oxígeno. Hoy quizá tampoco tú seas real.  

Texto: NOVIEMBRE 2011