Los tejados de pizarra negra entablan sacra conversación con los cipreses. Los cristales reflectantes quiebran la armonía del color ladrillo. En Madrid hay puentes verdes para sobrevolar las carreteras. Hay naranjos tristes y avergonzados a la sombra de los abetos. Los árboles muertos y desnudos en invierno descansan más que los vivos y vestidos. Hay campos perennes que no se los lleva el frío, hay zarzuelas y coplas sonando en un infierno blanco donde los árboles no se mojan porque están congelados. Hay plantíos infinitos en Madrid a la luz del día que descansan en alquiler a merced del tiempo.
Los geriátricos se acuestan pronto para rozar el sol del alba en las
villas, y un sonido global se graba a cada milla. Las imágenes del
tráfico dan calor en las plazas. Los magos se esconden en sus casas.
Las antenas fuman el asfalto dormido bajo el sol. Los carteles
exhiben anuncios de sexo gratis en los horizontes perdidos. Llanos
son los campos y sus heridas. Sangran las carreteras mientras los
prados verdes no se oxidan. Crecen muertas las encinas. Ondean las
banderas a la luz de las bombillas, al grito de la muerte en las
bocinas. Las sombras de las piedras entorpecen las esquinas. No se
ven semáforos ni jaurías; hay camiones en las vías. Los canales de
las aguas braman en calma su fatiga. Entre los álamos hay cuevas
sombrías. Los castillos gritan su agonía. Las construcciones
olvidadas temen por sus vidas. Se vende en blanco y sin garantías.
Los arbustos a salvo observan varios árboles degollados sin color.
La espera de los columpios muerde con rabia el silencio de los
ruidos. El metal suena en los frenos. Las agujas y las cadenas son
livianas y se las lleva el viento, y el olor de las ruedas se
infiltra en los llantos de las montañas. Nacen distintos verdes en
las encrucijadas. Cables enredados en las llantas. Los jardines se
olvidan en las radios de las masas, y el olor de la gasolina nunca
empalaga.
Texto: FEBRERO 2012
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