Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

domingo, 10 de febrero de 2013

Versos a la Muerte



El frío es una aguja incendiada que muerde, que cose la piel cruda, sin hacer. Se indigestan las heridas y colapsan las vías asediadas del ardor que causa el regocijo del alcohol que, envidiado por el petróleo, se expande sin teñir, se mezcla sin formar, contamina sin voracidad cada río de glóbulos rojos que bañan y riegan mi árbol interior.

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Nieve. Siguen siendo agujas escondidas, o tal vez perdidas, en la nieve. Copos de nieve son centímetros de muerte. Tiempo congelado, al punto derretido. Las agujas marcan un punto exacto, un momento, lo efímero del golpe preciso. Las agujas pinchan la nieve, la enhebran. Enterradas bajo los centímetros marcan la nada. Quiere derretirse, pero no lo sabe. 
Las horas ya se habían deshecho, y buscaban las agujas en la nieve en el piso equivalente al nivel -2. Las agujas inertes, que no se mueven, afiladas, perdidas en el vacío de la inmensidad inabarcable, bajo las mantas del invierno a cuadros y a rayas. El color rojo. Sangra toda esta nieve traspasada por las agujas fugadas. Las agujas fugaces que marcan el ahora. El reloj ha muerto. No hay líneas paralelas, sino de muchos tipos perpendiculares, que se cruzan, que chocan en el momento exacto. Como cuando algo no es creíble, existe esa sensación de broma muy mala que no hace gracia. Es un chiste negro terrible. Silencio. Échame sal, soy muerte vestida de nieve.
El hielo ha congelado la voz. Los silencios tienen eco y suenan, y resuenan en toda la montaña. El ruido del fuego mordiendo la madera y cada una de mis neuronas. La voz del viento audible, que es la única que habla, baja el volumen. Los corazones también mordidos y hundidos en la nieve, ahogados en los gritos y en los llantos que pronto habitarán el fondo verde bosque de la piscina. Duerme el agua helada bajo el canto de algunos pájaros. Tienen hambre y el frío les arranca la vida. Las ramas duelen. Las raíces gritan. Las hojas arrancadas de la vida por fin se disponen al descanso. Los cristales te miran a los ojos sin una sola queja. El azote de la muerte en el viento abraza cada árbol. Los copos apilados, cosiendo una segunda capa de piel que congela el aire propio de las respiraciones. Las placas de hielo se suicidan desde los tejados sin haber escrito una nota de despedida.
Ven y échame sal en la nieve helada, que hoy resuena el eco de mi ausencia. Silencio. Retumba el silencio en las voces dormidas. Dicen que la carne es débil y olvidan que la vida es frágil. ¿Cuánto dura la vida de un copo de nieve? Duele lo frágil del hielo, que no se quiere fragmentar; de la nieve, que no quiere cuajar. De este frío que por no dar su brazo a torcer no piensa cesar jamás.

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La Nieve bosteza con la mente en negro a las diez en punto de la mañana. Con esfuerzo en las extremidades se levanta del suelo. Tropieza consigo misma al caminar. Coge una taza de porcelana blanca del aparador. Busca su reflejo y no se encuentra. La llena de agua fría para su té blanco mientras se cruza de piernas. Se descruza. Se muerde las uñas, impaciente. Saca la leche de la nevera blanca, y redunda en su propio color. Cree que no puede verse a sí misma, pero es incapaz de no estar presente en todo a su alrededor. Los cubitos del congelador, que no falten. Ahora, el turno del azúcar. Saca una cuchara blanca, también de porcelana. Se lamenta de no poder utilizar cosas de plástico, ese maldito conductor del calor. Bebe su té en el sillón, frente a una chimenea glaciar, de hielo, toda congelada. El azul y los colores de la aurora boreal del frío del norte, que se han roto en mil pedazos, la mantienen a su temperatura ideal. A través del cristal gélido de los ventanales de toda la casa se ven caer copos de la casualidad que rige la vida.
Contempla, entre sorbos, los pinos a los que viste. Sorbete de té. Sí, era sorbete, había vuelto a abrir el refrigerador para echar unas gotas de limón. Sin lo amargo, la vida no es vida, se dijo entre sus dientes blancos. Sé lo que estáis pensando, pero la Nieve no podría tomar agua hirviendo para un té. No hay nombre para ese fenómeno hipotético... Ni para tantas cosas reales que tampoco se asumen, que no se digieren, no se abarcan por su inmensidad. No se entienden. Hechos que han parado el tiempo, pero no. 
Las agujas ya salieron de entre la nieve, listas para retomar las horas perdidas en el reloj muerto, ¿o eran las horas muertas de un reloj perdido? ¿Qué hace la diferencia? ¿Qué es estar perdido, y qué estar muerto? En el sueño no hay diferencia, hay limbo y purgatorio en ese estado de la mente que todo lo torna oscuro pero cuya claridad te ciega, como la nieve. En los sueños se está perdido, ésa es la diferencia. En los universos paralelos no hay puntos de unión, por eso las horas muertas o perdidas esperan su turno en los universos perpendiculares, llenos de cruces de caminos. Todos llevan a cualquier sitio a pie. No hay asfalto, no existen los semáforos porque no existe el tráfico. No hay accidentes porque se burla la casualidad. ¿Quieres ser uno de mis puntos de unión? Hasta que los universos nos separen. 

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Ya no queda nieve, los centímetros de nieve entre medias han desaparecido. Fue una tarde y asfalto, varios pares de ruedas. Los centímetros que separan las vidas cosen botones perdidos. Besos de puntillas, trastos de andar por casa. Maletas sin siglas. La nieve se comió unos zapatos que nunca volvieron a andar, unos pies pequeñitos que no corrieron más, que no volvieron a llegar para abrazar y que, sin embargo, no se irán nunca porque han dejado su marca en un perímetro de nubes que abarcan demasiado.

Textos: FEBRERO - MARZO 2012
A ti, Lola, un año después.

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