Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

domingo, 10 de febrero de 2013

De cómo escribir en pasado cuando aún era presente



Le costaba irse, dejarme. Sus palabras siempre intentaban tranquilizarme porque era lo que él necesitaba. “Cuando queden cinco”, decía, pero no me gustaba permitírselo. Irse. Al menos, irse así. Me preparaba. “Me voy, ¿vale?” Pero se giraba y se iba, sonriendo, sin que pareciese que el suelo se convertía en una cama de agujas a cada paso. Se iba sin mirar atrás. Bueno, tan sólo a veces; y si lo hacía era cuando tan sólo un paso lo separaba aún de mis brazos. Yo sabía que no quería irse, no dejaba de mirarme. Cruzaba la calle hacia la otra acera y el paso ligero lo engullía. Me gustaba verlo alejarse, desaparecer, conociendo sus pasos. Una vez en la subida por la derecha nunca miraba hacia atrás, y su mano, también derecha, buceaba entre los corales de rizos que era su pelo. Sus ojos, el color de la brisa que él daba a Madrid.

___________________________________________________________


La muerte de las cosas que pudieron ser, y no fueron. De las que quisieron ser y no pudieron. De las que quedó huella invisible, huella exhausta tras la acusación de ser la culpa. Ésa era una de las peores muertes: la de las cosas desaparecidas e inertes ahora de lo que antes fueron vestigios de grandes icebergs que, al verse venir hacia acá, se decidieron ahogar.


Textos: MAYO 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario