Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

lunes, 27 de agosto de 2012

Escena nocturna en autobús



Tics en el cuello. Arriba, abajo. Izquierda, abajo. Derecha, arriba, izquierda. Una mujer de unos sesenta años habla sola. “Quince días, nada menos. Me muero... Bueno, no se muere nadie”. Ve a una niña de tres o cuatro años con su madre. “Te vas de noche y vienes de noche, ¿eh? No me gustan las guarderías tan chicos. Que estén en casa con el agüelo. No me gustan y usted lo sabe”. El gesto de la madre ha cambiado en el transcurso de las palabras. Al principio había contestado y sonreído; ahora hace ya rato que se apeó del vehículo sonámbulo, dejando a la mujer hablando sola, sin dirigirle una última mirada. “Y ahora me voy a tomar un café, que ya se lo pagaré mañana. No quiero ni verla. ¿Y la tengo que ver? Pues sí, tengo que verla. Ella, con su hijo borrachito como estaba ayer, que me dijo: «Mari, que estás muy guapa, hoy te vienes a dormir conmigo». Vamos, que se cree que me acuesto con cualquiera, como su madre. Como ella. ¡Si yo sólo quiero vivir! Porque todo el mundo lo sabe, que aquí no se muere nadie”.
La decrepitud de las palabras, más arrugadas que la piel del rostro, abandonaron hace ya rato la cavidad de los andenes vacíos de su garganta, seca y áspera. Hemos llegado a la estación de tren y todo lo que hasta ahora había convergido, divergirá hasta la próxima casualidad.

Texto: ENERO 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario