Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Punto muerto

Muradas, Ourense (Abril 2010)
Foto en Flickr de Lydia Khmer

Tengo las manos ensangrentadas de tanto rascarme el corazón; la mente en carne viva de tanta dentellada insolente, y mi alma se retuerce al ritmo de una obertura rusa. Ebullición, ¿cuándo te irás? ¿Cuándo me dejarás dormir, cuándo en paz? De tanta indecisión me palpitan, muertas, las ganas bajo el calor; me arropa la manta del abandono y me cobijo en tus sonidos, en tu voz. Noches tan frías que me desamparan sin luz, entre la colisión constante de las nubes sin salvar, las que rompen tanto a llorar como a gritar bajo este cielo gris de desolación. Inmunda tristeza que se cuela bajo la piel, que se filtra por los poros, los oídos, la nariz. Contaminación del aire limpio que nos llega. Enferma la respiración y la rebelión, la revolución real e irreal que tanto sentido cobra en los mundos de las ideas. Se contagian, públicos, los espíritus; se talan árboles con acritud, sin sentimiento se arranca la hierba de su lugar de nacimiento. Se tira todo a un vertedero común, una fosa de cadáveres de ideas bellas y hermosas que decidimos no seguir. Se desperdicia todo aquello que no se puede reciclar. Hoy le dedico un réquiem a las flores.
Pira y funeral de sentimientos que me perturba, que me posee, que me lleva a un purgatorio del que no quiero salir. Me regocijo en el calor de mi necedad, necesaria por el momento en algunos días como hoy en los que se pierde la fe en el conjunto, sintiéndote aparte y sin comprender nada, volviendo a tus parcas palabras. Como si no estuvieses allí. Estás muy lejos, todo se ve borroso. No ves nada, todo se fue. Desapareciste. Sigues sin saber qué haces aquí, para qué sirve tu presencia, que vives ajena y solitaria. Sin saber qué cometido debieron haberte encomendado en tu planeta antes de desembarcar y sucumbir al destrozo de la mente, a las ganas inertes, al ardor sin sal y sin cebolla en esta sartén que te quema. Ni siquiera tiene aceite para darte un baño caliente. Olvidabas que hoy es uno de esos días en que no puedes permitirte que la ebullición te ciegue. Debes dar gracias por la presencia de la sartén en tu vida, del fuego que te quema y la piel que aún no ha sido arrancada a tiras y que te ayuda a oler tu miedo, a sentir tu dolor abrasado. Qué mal olor desprendes, inerte, agradable dentro de lo que cabe. Cuando te dejas arrasar por ti, por nadie más que tú misma, o eso crees.
La sucesión de imágenes en tu mente te asusta tanto que cesas en el intento de describirlas. Ya habrá noches más productivas cuando puedas cerrar los ojos sin el palpitar en celo de tu sala de control en llamas. Sin humaredas ni gritos. Intentas apagar las llamas a soplidos, con respuestas para sus insidias, con vértebras indoloras y músculos sin agarrotar. Todo está en tu cuello, tan frío y solo, tan tímido y desnudo hoy. Que el letargo de los pensamientos se apiade de ti pronto para que aprendas a descansar mañana, a no hacer creer que no te gusta dormir ni te importa cuidarte. Quiérete un poco en tu soledad de esta noche de lluvia que sazona la mejor irracionalidad dentro de ti.
Inténtalo un poco, una vez más. En la desesperación del canto de los pájaros sin sueño, a horas mugrientas; dentro del martilleo imparable de la boca de tu estómago. El efecto sería parecido al de una gota cayendo sobre tu cabeza durante años si no consigues dormir antes de mañana. Un día menos. Tu cuerpo ya no reacciona como antaño, y te oscurece el corazón el presentimiento roto de enfrentarte a ti como si no te conocieses, como si fueses un extraño con el que empezar desde cero. Un extraño deseado de conocer, deseoso por conocerte. 


Con el paso del tiempo la madera se pudre. No le importas a nadie más que a ti.  
Texto: NOVIEMBRE 2011

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