Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Una de tantas

Trocadéro, París (Julio 2010)
Foto en Flickr de Lydia Khmer
Aprendí de pequeña a no tener sueños, a no permitírmelo, a no inventar, a dejarme imponer y acobardar. A copiar y repetir. Hay tantas cosas de las que me arrepiento… y sin tener mayor culpa que la de crecer viendo el mundo desde esa perspectiva, la de niño limitado que juega a un escondite lleno de trampas, de insincera estereotipación, aprendiendo a odiar, a vengarse, a no creer nunca. Siempre hay cosas que borrar, pero deshacerse de todo es borrarse a uno mismo. Sin nada que hacer, que argumentar. Sintiendo la necesidad de meterse bajo una mesa, dentro de la cama para ocultarse al mundo por completo y completamente solo. Porque aprendes que no puedes confiar, que no hay salvación, que la mayoría de los demás están como tú, aunque siempre hay quien parece feliz, quien parece el mejor. Aquel será quien más pena te dé en el futuro, pero todavía no lo sabes. Ignoras cómo transmitir tu mensaje, cómo advertir a los que hayan de llegar de que existe un más allá, contigo ahí para proteger su más tierna ilusión, su más inocente felicidad. Porque tú no pudiste sentirlo. Y ofrecerás un abrazo cálido sin palabras, protector, ofreciendo todo de ti, todo tu amor, posibilidades de continuar con al existencia sin que llegue a ser dolorosa. Ojalá alguien lo hubiese hecho contigo.
Pero no. Tú seguirás sin entenderlo, llevas mucho tiempo ausente aquí y lejos ahora. No me llames, no volverás a escuchar mi voz, que tan despreciada lograste dejar. Desde que me descubrí entre todos aquellos restos del vertedero que es mi vida, me hago valer. Sea visible o no para ti, pero no habrá más gente como tú. No conmigo. Como todo aquello que he borrado. Si el historicismo proclama un inevitable final, ¿cómo ha de llamarse, de calificarse, el hecho de no tener principio ni tener pasado? Si nada se crea ni se destruye, pero sin tal sentimiento, ¿se puede no tener origen? La Nada, que te vio crecer. Todo se transforma hasta el punto de lo irreconocible. No, exacto, no quiero que me conozcas ahora. Ya me conociste una vez y no supiste. No quisiste. Duele dejar hacerse ver, dejar los rincones oscuros sin luz para perder el miedo, para acostumbrarse. Para no volver nunca a pensamientos pasados que nunca debieron haber estado ahí.
Sigue corriendo; es lo que mejor se te da hacer. Llegarás lejos aún, tan sólo recupérate, vuelve a buscarte. Las flautas indican que ha llegado tu paz, quiérete sólo a ti, como nunca has sabido hacerlo porque nunca te dieron oportunidad. Invéntate, reconstrúyete. Sal y huye, no por eso no eres tú, ni eres cobarde. Ahora o nunca.
Texto: JUNIO 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario