Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Dada

Museo Arqueológico de Córdoba (Noviembre 2009)

No temas, entiéndelo, tan sólo es la necesidad de un espíritu desenfadado, de parar la ebullición de mi mente y descongestionar mis nervios. Yo no sé escribir, simplemente escupo, disparo. Me apasionará siempre deleitarme contigo en mi propio gozo; tú, te, a ti, de mi propiedad, y pensar que nadie pueda posar sus ojos sobre ti, que nadie pueda calumniarte, infligirte daño alguno, y no pensaré que pueda terminar vendiéndote, como Poussin a Gillette, y después avergonzarme por haberte prostituido por un trueque, un mero intercambio infructuoso, por un secreto personal ajeno que no sabré comprender ni apreciar al estar cegada por la búsqueda de la obra perfecta. No me percataré de lo más importante, dejaré escapar el momento, y mis pupilas no valorarán lo entonces desapercibido. No me fijaré en el cambio de mentalidad, en lo que significa la consciencia de la aparición del arte contemporáneo en la mente del artista dentro de sus frustraciones, de sus pasiones y dentro de su locura. 

No me gustaría estar en ese pellejo y no verlo ni sentirlo teniéndolo delante de mi estupefacción visible. Me alegra la inexistencia de esa obra perfecta que echaría por tierra todo el esfuerzo sufrido, todo el camino recorrido, toda la búsqueda interminable. Me seduce su imposibilidad de lo perfecto para poder seguir creyendo a ojos ciegos que el arte sigue vivo, porque de lo contrario, ¿acaso no moriría éste? Ellos no lograron percatarse de esto porque su deseo de alcanzar el orgasmo artístico siempre fue más fuerte. 

Yo, de ser artista, hubiera sido Cézanne. Constantes cambios, retoques, nuevas ideas aboliendo otras anteriores sin pensar en las tantas horas que no arruinarían mis obras dentro de una rutina sin descanso, infeliz pero activa, inconformista en mi pobreza y obsesión sin límites en largas horas de trabajo. Y todo esto para destruir la composición, pintar sobre lienzos ya utilizados por mi falta de medios y acabar con la composición inicial, terminar destruyéndolo todo, lo cual implicaría sin duda el continuar con la creación, haciendo el proceso infinito. No me cansaría de cambiar las peras y las manzanas de lugar en el soporte, de marcar con negro las siluetas de mis bañistas aunque no entendáis que no quiero dar sensación alguna de espacio, ¡porque también lo destruyo! Descongestiono la perspectiva, la hago más atractiva sin él porque saco al maldito espacio de mi obra. Simplifico todo lo que os empeñáis en complicar, descuartizo las formas para dar paso a su nueva concepción, me convierto en la asesina del arte que conocéis y geometrizo lo que no podéis ver. La razón es porque sí. Y, a todo esto, me desmayo y muero sin dar fin a mi eterna obsesión, sin fe en mi obra, sin saberme el germen de toda una insurrección del arte, sin creerme padre de las vanguardias, de la reinante modernidad en boca de Pablo. Sin sentirme el Maestro. 

Muero en la ignorancia de todo lo que os lego, sin alcanzar lo que Él también ansió en esos diez largos años reprimidos, pero no daré pie a confusiones: no es cualquiera, Él es el maestro de nadie. Imaginario e imaginativo, pretendía fingir en su obra la intrusión total de la realidad, conociendo la improbabilidad, la falsedad de la imitación de la naturaleza siempre buscada. Tan sólo pretendía carnalizar su obra, insuflar vida a su criatura, a su creación, a su amante escondida en rincones oscuros en donde amor y arte estrechan lazos y no pueden vivir por separado. Prefirió ser amante antes que artista. Es mi motivo, y por eso lo digo: "Frenhofer, c’est moi". Pablo le seguirá a él, notará mi admiración única y ejemplar, viéndose seducido ante Balzac y condenado a una nueva búsqueda desenfrenada, entregando toda su vida a su pasión más amada, soñando con llegar también al punto álgido, al clímax... 

Lejos de aquí no tengo recuerdos que guardar, viajaré liviana sin la torpeza de arrastrar tu peso. Tú no tendrías tiempo de pedirme que posara para otro ni yo llegaría a ser tu propia Catherine Lescault. No te dejé retratarme aquella noche y no tendré ocasión de volver a decirte que no en ese momento, ni tampoco en ese lugar. Lo único que te llevarías de mí sería un pie emergente de entre borrones difusos, entre manchas de colores brutalmente embrutecidos, amontonados con violencia y rapidez, enmarañados en ese abigarramiento de nudos inimaginable... Ahí estaría yo, dentro de un tornado, de un torbellino de esos colores que primero fueron equinos para después pasar a montar a caballo, como ocurrió con aquellos últimos de Franz Marc. Quizá debiera haber tomado ejemplo de Rimbaud y dejado de escribir a los diecinueve años, y entonces tú no estarías leyéndome ahora ni yo mareándote a ti. Acabo este otro cuento fantástico según el periódico L’Artiste desviándome, diciendo que hoy me siento desconocida y tristemente Tzara, que todo es nada y que nada es todo, y que tú eres dadá. Dadá vida es la, da, da, dadá. A propósito, me parezco muy simpática.

Texto: DICIEMBRE 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario