Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

sábado, 26 de noviembre de 2011

A fuego

Muradas, Ourense (Marzo - Abril 2010)

Tu espalda negra me impedía la visión de las caricias de tu mano derecha sobre el blanco y el negro, pero justo al final, cuando llegó el momento, sacaste la mano para dibujar la última nota. Fue entonces cuando me miraste. 

Aquella mañana vi el pesar en tus ojos perdidos. Sí, evitabas. Déjalo convertirse en pasado, en reminiscencia, en ceniza, en polvo. Permítete convertirlo en recuerdo sin disfrazarlo para respirar, para dejar caer las lágrimas escondidas que aún se hallan dentro de ti. Date el lujo de desbordarlas por ti mismo para controlar el siempre presente caos. Regálate olvidar el dolor. Piensa en ti. Si me tienes paciencia… Juro retener el dolor contenido en tu boca mientras me lo consientas, cuidarla, quererla. Poco a poco aprenderé desgarrando lo corrosivo de tus angustias, mordiendo la acidez de tus ideas.

Más. Tu pecho volverá a ser cenicero de mis sollozos nocturnos mientras me permitas desincrustar mi miedo inherente a la piel, las balas instaladas en mi carne y que no constataba ya por habérmelo permitido yo. Y en tu abrazo mecerá el balanceo del mar los despojos de mi cuerpo, que decidí cuidar sin resultado pero con satisfacción, como hago contigo al desvanecer unas veces en la luz, otras contra la pared. Lograste cercar mi vacío cuando quise hablar sin voz. Siento que lo encontraras en tan mal estado, no se me da bien la conservación pero mis odios, lejanos y tediosos, se despiden desde el alto horizonte sin mirar atrás. Se van traicionados y usurpados tras perder su fuerza, carnívora y destructiva, que tanto consentí sin aullar. Siempre mencioné mis ansias mermadas en detrimento de mis odios deseados, y ahora ya no me siento capaz de establecer relaciones entre mi antes mí y mi ahora yo.

No cruces tampoco para echar la vista hacia delante, que te intrigue hallarte en su poder. No quisiera girarme desde la ventana de atrás. Todo aquello que se muera por salir de ti acabará ahogándote, si bien dosificarlo también es estallar. Muévete pronto y que tu garganta exhale murmullos sin atropellarte. Es todo lo que no pensé encontrar en unos ojos sin complejos. No grites si no quieres, tan sólo vive y que te recorra lo que no sabes si prefieres no escuchar. No, no te oyes, pero suenas demasiado fuerte, deberías prestarte más atención. Tu ritmo en mi escéptica intuición al volver a chocar contra mis muros aplacará, suavizará mi sed. Llegó la repercusión, es hora de gravitar. Permítetelo. Vive.

Sin embargo, hoy no me reconozco; hoy con el primer azoramiento real en plena división con el ideal, de la voz, de las palabras pronunciadas. Letras que son reales. Creo en ti. La añoranza del segundo en que ríes y disfrutas justo en el instante siguiente no significa que… No. Tú lo sabes. Saborea la multiplicidad y la multiplicación, que el doble sea siempre mejor dentro de la revalorización consciente de tu intimidad, en lo susceptible del nudo en sí. Contrólate, aunque sepas que no lo puedes evitar. Gírate, no dejes que te vea. Baja la vista, húyeme. Yo también lo estoy pensando. Aún no es el momento del puzzle, de la sospecha que invade sin existir. El sol te ayuda a comenzar, a asumir y a tragar para facilitar la digestión, para que no te siente mal, para leer. Para poder. 

Dormir lo cura todo: no tienes excusa consciente para ti, no para hoy. Ahora detente en tu terraza con el sol de poniente; los ojos cerrados. Mírate. Siente el horizonte ferviente. 

Al menos te queda el orgullo de haberte reafirmado en tu esperanza, algo que sí se había convertido en asunto personal. Respira. No somos tan fácilmente sustituibles.

Texto: ABRIL 2010

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