Parafernalia de epístolas múltiples a destinatarios invisibles.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Rastreos y rastros

No hace mucho paseaba un día por la calle, sola, de noche. Observaba entretenida un ramo de rosas marchitas en un contenedor. Gente, montones de gente. Todos diferentes, todos iguales. Rostros inexpresivos, inmersos en sus problemas del día a día. La Infelicidad me sonrió desde sus caras, y yo le devolví el gesto. Prisas, vidas vacías, sin sabor. Cosas en común y otras que no tienen nada que ver trazan sus destinos, enlazan sus manos en silencio.

Los pétalos de rosa secos que dormían en el suelo captaban toda mi atención a medida que avanzaba. De un rojo intenso y encendido todavía, con su personalidad propia, pero totalmente secos. Iba despistada, despreocupada, sólo quería observar. Me tropecé con alguien y la Libertad se disculpó. Sus ojos reflejaban amables errores. Solía equivocarse de personas; en el fondo la compadezco. Unos tanta y otros tan poca. Volví a sonreír. La sensación de tenerla cerca hizo que no me fijase en la tranquilidad que se iba imponiendo en la noche, todavía pronto; ni en el silencio que me gobernaba.

Una vez leí que tenerlo todo es la gran causa del vacío interno. Somos tan pobres por dentro que da hasta pena mencionarlo. Nadie escucha las quejas del mundo, continuas e insaciables debido a su mala vida. A su mal cuidado. Un recuerdo dibujó una sonrisa en mi boca, fiel cómplice de mi mirada distraída, que últimamente nadie se molesta en comprender. Esas palabras innecesarias de pronunciar no perturbaban mi silencio, interminable desde hace ya tiempo.  

Me apresuré en el último tramo de la calle. La Indiferencia me esperaba al doblar la esquina y yo llegaba tarde. Era inevitable a estas alturas, qué menos cabía esperar. Todavía resuenan en mí palabras que no dicen nada, ampliadas en el vacío.

Texto: MARZO 2007

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